Querida Profesora

Una de las cosas que más me aterraba de niño era la idea de tener que cambiar de colegio. Siempre fui muy tímido y enfrentarme a un grupo donde todos se conocían mientras yo era el desconocido era algo que quise evitar a toda costa. Pero así tuvo que ser. Mi mamá cumplió su promesa de sacarme del Rafael Sotomayor por el despido del profe Freddy y tuve que comenzar la década del 90 enfrentando mi peor miedo: ser el nuevo.

Seguí a mis amigas Luna y Cristina, quienes también salieron del anterior colegio por el impasse con la directora, y terminamos los tres en el colegio Welcome School de Peñalolén. Allí, a pesar de tener a mis amigas, me costó mucho integrarme al grupo. Nunca fui de hablar mucho con gente conocida y menos lo iba a ser con 40 nuevos desconocidos. Por eso fue tan importante la figura de la profesora que vine a conocer en esta nueva etapa: mi querida profesora Albina Zerega.

Ella era la profesora jefe de ese tercero básico en el que había caído y para mí se transformó rápidamente en mi protectora. Ella era mucho más que una profesora o docente, la profe Albina era nuestra abuelita. Era la que nos regaloneaba y nos enseñaba cosas de la vida, como el respeto, el cariño o buenos modales. Nunca nos gritó o nos llamó la atención, sino que muy por el contrario, siempre nos defendió, protegió o cuidó como si fuésemos sus propios hijos. Tenía un aspecto muy tierno. Era viejita, de lentes, voz bajita, siempre bien vestida y con un rico olor. Tenía un caminar pausado. Era todo lo contrario a mi profe gay bailarín de mi ex colegio.

Uno de los primeros recuerdos que se me vienen a la cabeza cuando pienso en la profe Albina es la imagen de un cuadro de un «Sagrado Corazón de Jesús» que compramos entre todos para instalar en nuestra sala de clases y al que cada lunes a las 8 de la mañana debíamos rezar el Salmo 23. Yo nunca he sido muy religioso, pero la profe nos enseñó el salmo y jamás me cuestioné o molestó recitarlo cada inicio de semana. Siempre nos decía que cuando abandonáramos el colegio en octavo, al terminar la educación básica, debíamos donar ese Sagrado Corazón a una nueva generación que estuviera comenzando en el colegio, bajo la promesa de que ellos debían repetir el mismo ciclo que nosotros. Yo me fui en sexto y jamás supe si los que se quedaron cumplieron el trato. Ojalá que sí.

Viví muchos momentos lindos e importantes en ese colegio, como el día que me enteré por un compañero que el caset de Xuxa traía mensajes satánicos o como el día que llegué y mis compañeros se alegraron porque pensaban que yo había muerto en el aluvión del 93. Fueron muchos, pero ninguno como aquel que viví precisamente con mi profesora.

Como era de costumbre, un domingo cualquiera a eso de las 10 de la noche recordé que tenía una tarea para el día lunes. Eso era terrible porque claro, no había internet, ni negocios abiertos para comprar algún material, por lo que mi mamá se volvió loca y me regañó mucho. Afortunadamente mi tarea no requería mucho: debía escribir una canción y cantarla en clases. Parecía fácil para una familia que tuviera casets y radio donde reproducirlos. Pero en casa no había ni un solo caset, todos habían sido destruídos o desaparecidos años antes durante la dictadura. La mayoría eran de Silvio Rodríguez o música de protesta y conservarlos era un riesgo, según mi mamá. Lo peor es que ya ni radio caset teníamos como para grabar algo de la radio y luego escribirlo, así que mi mamá improvisó y encendió la única radio a pilas que teníamos esperando alguna canción en español y conocida para redactarla a la velocidad de la luz mientras sonaba. En eso estábamos cuando se cruzó el maldito de Alberto Plaza con «De tu ausencia». La redacté siguiendo paso a paso la letra de mi mamá y la canté un par de veces mientras veía Loca Academia de Policías en los Grandes Eventos de TVN y me fui a dormir. Al día siguiente agarré mi hoja con la canción y me fui al colegio.

Pocos llevaron la canción escrita y la mayoría improvisó un canción del momento. Algunas compañeras cantaron canciones de Xuxa, mientras yo le pedía perdón al cuadro de Jesús por el contenido satánico que podía haber en esas canciones. Otros amigos se creyeron Los Prisioneros cantando tren al sur y hacían el loco frente a todos. La tarea lejos de ser algo serio terminó siendo una humorada tipo Cuánto Vale el Show. Claro, todo eso hasta que fue mi turno.

Muy ordenadito, como siempre, pasé al frente y saqué mi hojita y comencé a cantar:

«Es verdad que la razón, no acompaña lo que siento/ y es verdad que el corazón deja turbio el pensamiento»

Había mucho silencio en la sala, no sabía que pasaba. Las risas se habían esfumado, pero yo seguía muy inspirado con el coro de la canción.

«Cuándo vendrás?, El tiempo quiso que estuvieras detrás/ De cada puerta que me atrevo a cruzar/ Algo no quiere que te pueda olvidar.

Cuándo vendrás? Cuándo podré por fin volverte a besar?/ Cuándo vendrás? Cuándo?».

Paré, miré a la profesora y estaba envuelta en lágrimas. La había hecho llorar y de paso también a algunos compañeros que no soportaron ver llorar a nuestra maestra. Yo no entendía nada y con lo llorón que soy quise llorar de inmediato, pero antes de ello la profesora Albina se puso de pie y me abrazó. «Esta es la canción con la que recuerdo a mi esposo que está en el cielo», nos dijo a todos ese día. Yo no supe qué hacer ni qué decir, sólo me sentí muy culpable de haber provocado un momento tan triste en ese curso. Desde ese día la profesora se transformó en una persona muy querida para mí y ella me demostró que yo también lo fui para ella.

Pero hubo otra ocasión en que lloramos más que el día de la canción. Entre un mar de lágrimas la profesora Albina nos comunicaba que se iba del colegio. Había conseguido otro trabajo y nos dejaría para siempre. Nuestra abuelita se iba y nosotros no podíamos hacer nada más que llorar a moco tendido. Nadie entendía nada, pero de un día para otro tuvimos que asumir que nuestra gran maestra se iba para siempre.

Sólo una vez nos visitó y nos confesó que estaba arrepentida, que había llegado a un colegio donde sus alumnos eran rebeldes, desordenados y atrevidos. Nos dijo que no la respetaban y que añoraba mucho los días que había pasado con nosotros. Nos enfurecimos y quisimos ir y golpear a esos niños, pero la profesora, fiel a su estilo nos dijo que nunca fuéramos así, que siempre mantuviéramos nuestra inocencia y que nunca la olvidáramos. Se marchó recordándonos la promesa del cuadro de Jesús y nos dio un abrazo grupal a todos, esa fue la última vez que la vi en mi vida.

Yo estuve hasta el 93 en ese colegio y no volví a tener noticias de ella. Con los años fui asumiendo que era muy probable que ella hubiera fallecido. A inicios de la década de los 90’s ella ya era muy viejita y 30 años después que descansara en paz, era algo sano de pensar.

Hace unos días (agosto 2020), googleé su nombre y busqué en varios sitios. A veces internet hace milagros, pensé. Su nombre y su apellido no son muy comunes y la conjunción de ambos mucho menos. Busqué mucho hasta que encontré algo: su nombre y su rut. Por el rut, que comienza en 3 millones supuse que se trataba de una persona de edad. Se me ocurrió ingresar ese rut a la página del Registro Civil de Chile y di con el nombre de Albina Aurora del Carmén Rivero Zerega, nacida en el año 1935 y fallecida en noviembre de 2018. Claro, hay una discordancia en el orden sus apellidos, así que no podría asegurar que se trate de ella, por más que me suene Aurora como su segundo nombre y su año de nacimiento coincida más o menos con la edad que tuvo a principios de los 90’s. De todos modos quisiera creer que se trata de ella porque sería el único modo de cerrar esta historia con apretado abrazo y un sincero beso hacia el cielo para mi querida profesora Albina Zerega.

Andrés B.

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