Mi propio «No»

Esta semana se cumplieron 28 años desde que ganó el NO en Chile. El No poh wn! Las dos letras con las que Chile sacó a Pinochet del poder. No es cualquier weá y a pesar de todo lo que vino después con esa falsa alegría que iba a venir  y nunca llegó tengo mil recuerdos de ese día, de esas semanas previas y de todo lo que pasó una vez que la generación de mis padres decidió que el asesino ya no seguiría al mando de nuestro país.

Bonita época, porque a pesar de que en Chile todavía se seguían violando los derechos humanos y la gente, incluyendo mi familia, todavía la seguía pasando mal, yo era cabro chico, tenía 6 años y mi mundo era del porte de un pajarito… no cachaba mucho. Pero eso no significaba que no supiera nada porque, aunque vagos, igual tengo recuerdos de haber ido a la famosa «Concentración del No». La última gran marcha antes del plebiscito que se hizo en la Panamericana.

Fuera de todo alcance político, que tampoco es necesario porque basta con referirse al dictador como un asesino para saber de qué lado estuve, estoy y estaré, esta entrada es para referirme por vez primera a uno de los grandes ridículos de mi via que hice, precisamente, ese inolvidable día.

Como lo dije. Yo era cabro chico. Quería que ganara el No, sabía que Pinochet era un asesino, vi muchos militares golpeando a mis vecinos, a los ‘cabros de la esquina’, me encerraba en el baño con mi mamá y mi hermano cuando los gases lacrimógenas se hacían irresistibles… e invivibles. Podríamos decir que entendía la realidad, pero no del todo porque igual cantaba enterita la canción nacional con esa estrofa asquerosa que agregó el dictador y que mi generación se vio obligada a cantar y aprender por inercia cada lunes en todos los colegios de Chile y antes de cada acto que se realizara en la escuela… Ahora que lo pienso bien, me da vergüenza saber que la cantaba sin entender que eso que estaba haciendo era validar al asesino y sus milicos.

Por eso digo que a pesar de entender las cosas, en mi pequeño cerebro de maní también había un mundo paralelo de niño. Cosa muy normal a los 6 años.

Pues bien, resulta que por aquellos días yo había aprendido a hacer cohetes de papel (o avioncitos, como también les llaman), y estaba muy emocionado porque para mí había sido todo un logro aprender a doblar una hoja de tal modo que al lanzarla, ésta ¡volara!. Ese día además no hubo clases, era miércoles y la primavera ya permitía que nosotros los niños saliéramos al pasaje a jugar hasta más tarde.

Como en la mañana el ambiente estuvo raro y los papás se turnaron para ir a votar sin dejarnos solos a mí y a mi hermano que a penas iba a cumplir un año, estuve prácticamente encerrado todo el día, siguiendo las órdenes de mi mamá, de mi papá y luego de ambos. Vivíamos en La Florida y el sector siempre fue muy combativo a la dictaura, por lo tanto, ese día ningún papá se arriesgó con darnos permiso por salir a la calle, pese a que estaban todas las condiciones para dejarnos salir aunque sea un ratito.

Ya entrada la tarde y junto a los primeros conteos de votos que daban por ganador al Sí, según los medios oficiales del asesino, el ambiente se puso tenso en la casa y en el barrio. La gente no quería creer que el Pinocho podía seguir en el poder y todos, incluyendo a mis padres se pusieron nerviosos. Con un panorama así mis papás comenzaron a estresarse más de la cuenta y ante mi insistencia optaron por darme permioso para salir al pasaje a jugar. Fome igual, porque no había nadie, ningún amigo, ningún vecino estaba afuera. Sólo se escuchaban los televisores encendidos con la voz de Cardemil, el vocero de la dictadura, dando los primeros resultados del plebiscito.

A falta de amigos agarré un cuaderno, me puse a hacer aviones de papel y comecé a lanzarlos hacia el cielo.  Es aquí donde comenzó mi propio «No».

Al principio mis avioncitos o cohetes no me quedaron, no volaban, no duraban ni dos segundos en el aire, así que perfeccioné mis dobleces y me lancé en mi aventura… Los cohetes comenzaron a volar y sin darle importancia, a lo lejos, oía aplausos… Al principio dudé, pero insistí y los aplausos seguían. Uno, dos, tres cohetes. Más y más aplausos!

Sin dudar sabía que esos aplausos eran para mí, para mis avioncitos, para sus vuelos que cada vez duraban más en el aire. Me sentía un ganador. A pesar de no haber nadie ahí mirando, sabía que mis vecinos miraban tras sus cortinas cada lanzamiento y al ver volar mis papeles aplaudian a rabiar. Sólo la voz de Cardemil en los televisores de la villa, hablando de porcentajes, de regiones, de un total de votos escrutados, del sí, del no… se interponían entre el vuelo y los aplausos.

Así estuve mucho rato. Me daba vergüenza, porque siempre fui tímido, pero sentía que los aplausos al venir desde «las sombras», me ayudaban a no ponerme rojo y a seguir intentando cada vez un mejor lanzamiento para mi público secreto. Yo sentí que ese era mi día, que mis vecinos, incluida la señora de la esquina que siempre nos rompía las pelotas cuando caían en su casa, me querían, me prestaban atención, me miraban y esperaban ver el vuelo de mis avioncitos. Por eso seguí, porque incluso comencé a notar que los aplausos venían desde mi casa. Y del frente, de al lado, de atrás… de todo el pasaje. Nunca olvidaré esa sensación. Me sentía un ídolo, me sentía más grande que el mismo Pato Yañez.

Pero me tuve que entrar. Ya eran las 9 de la noche, mis padres escuchaban la Cooperativa y yo me puse a ver El Correcaminos, que extrañamente lo estaban dando en la tele a esa hora. Pregunté como iba el No y mi mamá estaba contenta porque dijo que íbamos ganando, pero Pinochet no lo quería aceptar. Nadie me dijo nada de mis cohetes y lo encontré raro, pensé que se trataba de un plan para continuar con el juego de mis admiradores secretos, así que yo tampoco dije nada.

Esa noche fue larga. Se escucharon balazos, pero la gente estaba en las calles festejando. Ya eran pasadas las 12 de la noche y se oía desde Avenida La Florida que la gente cantaba «Y ya cayó, y ya cayó». Todos estaban felices, el No había ganado. Yo también lo estaba, sabía lo que eso significaba. Íbamos a vivir mejor, sin miedos, sin milicos en las calles. Se venía algo diferente, algo que ni yo mismo conocía. Algo que mis padres extrañaban porque ellos sí lo habían vivido. Todo era alegría… era como si esa alegría que prometieron, ya estaba ahí, ya había llegado. Pero también estaba feliz porque esa tarde fui el mejor lanzador de cohetes del barrio y aunque nadie me dijera nada, todos me habín aplaudido desde sus casas mientras Cardemil daba los primeros indicios de que el No estaba repuntando y se acercaba a la alegría.

No seas vaca y comenta!